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La Fundación Acción Social Cáritas es una ONG, parte de la Iglesia Católica que ejecuta proyectos de interes social en la región principalmente en el área de niñez.

martes, 12 de abril de 2016

La mujer desde la Fé

DESDE LA FE
PARTICIPACIÓN DE LA MUJER EN LA IGLESIA


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El Libro del Génesis habla de la creación de modo sintético y con lenguaje poético y simbólico, pero profundamente verdadero: « Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó: varón y mujer los creó » (Gn 1, 27). La acción creadora de Dios se desarrolla según un proyecto preciso. Ante todo, se dice que el ser humano es creado « a imagen y semejanza de Dios » (cf. Gn 1, 26). Se dice además que el ser humano, desde el principio, es creado como « varón y mujer » (Gn 1, 27). 

La Escritura misma da la interpretación de este dato: el hombre, aún encontrándose rodeado de las innumerables criaturas del mundo visible, ve que está solo (cf. Gn 2, 20). Dios interviene para hacerlo salir de tal situación de soledad: « No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada » (Gn 2, 18). En la creación de la mujer está inscrito, pues, desde el inicio el principio de la ayuda: ayuda —mírese bien— no unilateral, sino recíproca. La mujer es el complemento del hombre, como el hombre es el complemento de la mujer: mujer y hombre son entre sí complementarios. La femineidad realiza lo « humano » tanto como la masculinidad, pero con una modulación diversa y complementaria.
Cuando el Génesis habla de « ayuda », no se refiere solamente al ámbito del obrar, sino también al del ser. Femineidad y masculinidad son entre sí complementarias no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico. Sólo gracias a la dualidad de lo « masculino » y de lo « femenino » lo « humano » se realiza plenamente.

Después de crear al ser humano varón y mujer, Dios dice a ambos: « Llenad la tierra y sometedla » (Gn 1, 28). No les da sólo el poder de procrear para perpetuar en el tiempo el género humano, sino que les entrega también la tierra como tarea, comprometiéndolos a administrar sus recursos con responsabilidad.  su relación más natural, de acuerdo con el designio de Dios, es la « unidad de los dos », que permite a cada uno sentir la relación interpersonal y recíproca como un don enriquecedor y responsabilizante. 

Lo anterior constituye el fundamento desde la fe y que así fue presentado por san Juan Pablo II.

Ahora, en nuestros tiempos, siempre que pretendemos analizar un tema como éste, necesariamente hemos de volcar nuestra mirada hacia Jesucristo, que es quien fundó y guía la Iglesia por la acción del Espíritu.

n tiempos de Jesús, la mujer no era tomada en cuenta en la vida religiosa, la religión era sobre todo de varones. Entre algunas prescripciones tenemos que la mujer era indigna de participar en la mayoría de las fiestas religiosas, no podía estudiar la Torá ni participar en modo alguno en el servicio del santuario. No se aceptaba en juicio alguno el testimonio de una mujer, salvo en problemas estrictamente familiares. Estaba obligada a un ritual permanente de purificación. En el campo social, era objeto de discriminación, así, dentro del matrimonio se le veía como una posesión del marido, no podía conversar a solas con ningún hombre so pena de ser considerada como indigna y hasta adúltera. Ante cualquier sospecha de infidelidad, debía someterse a la prueba de los celos. Siempre se atribuía a ella la esterilidad de la pareja. La discriminación en caso de adulterio era radical. (cf. Núm. 5, 12-22).

De ahí que la relación que entabla Jesús con la mujer es sumamente llamativa, y se constituye en toda una novedad, que hasta resultaba escandalosa. Habla con ellas con naturalidad, espontaneidad, sin afectación; pero siempre con sumo respeto, discreción, dignidad y sobriedad delicada. Les permite que le sigan de cerca, que le sirvan con sus bienes (cf. Lc 8, 1-3). Les muestra su amor, comprensión y misericordia, si no recordemos el perdón otorgado a la adúltera, y muchas de ellas recibieron milagros de Jesús. Rompe con los esquemas socioculturales de su tiempo.

Es partiendo de esto, que la mujer siempre ha jugado un papel fundamental en la vida y misión de la Iglesia. Porque la mujer es ante todo una persona humana, creada por Dios, y destinada a la vida eterna, en idénticas condiciones en cuanto a su dignidad que el varón. Resulta muy enriquecedor el hecho de que la mujer tenga conciencia de estar llamada a un papel muy activo en la vida de la Iglesia. Así fue en los comienzos de la era cristiana y se ha dado a lo largo de la historia. El Concilio Vaticano II, no obvió esta realidad cuando afirma “Como en nuestros tiempos participan las mujeres cada vez más activamente en toda la vida social, es de gran importancia su mayor participación también en los campos del apostolado de la Iglesia” (Decreto Apostolico Actuositatem, 9).

Es suficiente con acercarse a cualquiera de nuestras comunidades, para constatar el papel preponderante que tienen las mujeres en la vida y misión de la Iglesia, ellas ejercitan su sacerdocio común en ámbitos, tales como la catequesis, su participación en la liturgia, en la formación, hoy no son pocas las que siendo especialistas en ciencias sagradas, enseñan en las universidades, forman parte de los tribunales eclesiásticos, están en diferentes servicios a nivel diocesano, están presentes en los consejos pastorales parroquiales, en los que se toman decisiones importantes para la marcha de la parroquia, y así muchos ámbitos donde de no ser por la mujer, no se podría avanzar.
Lo anterior, es tal vez puesto de preponderancia por sus capacidades, pero el puesto más importante de la mujer siempre estará en la familia; Iglesia Domestica y Célula de la sociedad. ¿Que sería el mundo sin la ternura y el amor de la mujer madre en cada hogar? Un desastre verdad.

El Papa Francisco también nos ilumina sobre el papel de la mujer en la Iglesia, «Cuando digo que es importante que las mujeres sean más consideradas en la Iglesia no es solo para darles una función, la secretaría de un dicasterio… no, sino para que nos digan cómo sienten y ven la realidad, porque ven desde una riqueza diferente, más grande.». “Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. 

Temo la solución del ‘machismo con faldas’, porque la mujer tiene una estructura diferente del varón. Pero los discursos que oigo sobre el rol de la mujer a menudo se inspiran en una ideología machista. Las mujeres están formulando cuestiones profundas que debemos afrontar. La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que ésta desempeña. La mujer es imprescindible para la Iglesia.”

Solo nos queda unirnos a las palabras de San Juan Pablo II “Dar gracias al Señor por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo”.  Se convierte en un agradecimiento concreto y directo a las mujeres.

Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño.

Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.

Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política.

Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia.

Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.”  


Santo Domingo de los Tsáchilas, 2015 
Autor: Padre. Euclides Carrillo Lasso
Director Ejecutivo .Fundación Acción Social Cáritas.